martes, 7 de mayo de 2013

8 de mayo


Les quiero compartir una experiencia por la que pase el día de hoy.

Era un día común y corriente para mí, me dirigía a una clase por lo que me vi obligada a tomar el metro, que hoy en día es una de esas acciones que hago ya por inercia y en modo automático. En cuanto llegó el tren me apresure a sentarme en el primer asiento que estaba disponible, me di cuenta que había chocado con una persona pero ni siquiera le dí importancia. Cuando estaba sentada, miré hacia al frente para ver con quien había chocado y capté que era un señor que tenía todo el aspecto de ser un vagabundo, como los miles de los que veo todos a diario en esta ciudad, por lo que ni siquiera le tome importancia. Conforme empezó a avanzar el metro este señor comenzó a hablar y a capturar la atención de todos los que estaban a la redonda. Al principio pensé que al igual que todos los vagabundos iba a empezar a cantar, bailar, orar, recitar manifiestos o lo que sea con tal de conseguir dinero, pero al enfocar mi completa atención en él, me di cuenta que este señor tenía una malformación en las manos, de esas que parecen de nacimiento y que caminaba chueco. Después noté que eran quemaduras, ya que también tenía cicatrices en su cara. Me sentí un poco conmovida por lo que decidí prestar atención a lo que decía. Estaba dirigiéndose (con voz fuerte y con el acento que caracteriza a los afroamericanos) a un joven que tenía finta empresarial porque traía puesto un traje. Le estaba pidiendo que le regalara una sonrisa. El joven dudoso por la petición tan peculiar de este señor, después de varias muecas decidió sonreírle con todo y dientes, era una sonrisa auténtica. El señor comenzó a dirigirse a las demás personas del vagón, que probablemente éramos unos cuarenta y tantos. Seguía pidiendo sonrisas y seguía siendo ignorado. Después otro joven decidió sonreírle. El señor ahora pedía conseguir solo 5 sonrisas en el vagón. A medida de que la gente iba sonriendo poco a poco y con mucha desconfianza, el  vagabundo pedía con tanto furor y entusiasmo mas sonrisas que ya la gente empezaba a reírse sin querer e incluso ya soltaba carcajadas. Yo fui la carcajada número 5. Pero esta cadena de risas se comenzaba a desatar en el vagón. Eso si ninguna de las sonrisas se le pasaban, todas las contaba, había llegado a las 10. Lo mas curioso de todo es que las personas que habíamos decidido sonreírle, ya nos sonreíamos entre nosotros, nos sentíamos unidos o parte de algo, ya no era un espacio lleno con puros extraños. Había conseguido 12. A medida de que se aproximaba la próxima parada del metro, el señor dijo haberse sentido agradecido con Dios y afortunado de poder haber conseguido tantas sonrisas y haber estado con nosotros durante ese trayecto; dijo que el no necesitaba mas que eso, el habernos hecho sonreír.Esto me llevó a reflexionar que una sonrisa no cuesta nada y puede dar mucho. A mi, este señor me hizo el día porque me regalo esas 12 sonrisas que consiguió. Me hizo entender que todas las personas por mas diferentes que seamos en raza, nivel socioeconómico, cultura, sexo y edad siempre nos podemos hacer un gesto de amabilidad tan simple y sencillo, como sonreír y recibir paz a cambio. Nunca vamos pidiendo sonrisas por la vida por eso hay que sonreír siempre, regalarlas, ya que nunca sabemos cuando le podemos hacer el día a un extraño.

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